En cierta ocasión iba distraídamente por un camino pedregoso y sin fijarse dio un paso profundo y cayó en un hoyo. De pronto estaba en medio de una cueva similar a las que imaginaba gracias a las películas y a las consecuentes fantasías que dibujan el miedo en la mente. No sabía si caminar o quedarse allí esperando descubrir quién más estaba en ella para advertir alguna señal de peligro. Movido por la curiosidad caminó lentamente, encontró dos partidas cuyo destino le llenaba de incógnitas y cierto temor, y aún, continuó con valentía tratando de hallar la salida y al tiempo explorando el enigmático sitio.
Con cautela daba sus pasos cuidándose de no ser descubierto y examinando detalles. En medio de la oscura ruta halló una liebre, recordó la carrera de la famosa fábula y siguió su silenciosa marcha pensando en que tal vez en ese momento se asemejaba al sigiloso animal que ganó la competencia y cual tortuga no se detuvo, a pesar de que nacía una agitada inquietud por pensar que había tomado el rumbo equivocado, le atemorizaba no encontrar de nuevo la luz. Se sorprendió por encontrar escasas criaturas subterráneas, poco a poco fue perdiendo sugestión y como si fuera por terreno abierto avanzaba confiadamente. Sediento y fatigado no quiso parar porque había perdido ya el cálculo del tiempo y más adelante, a distancia no muy cercana vislumbró una claridad semejante a la del espacio donde había caído, era otro hoyo. Se empeñó en encontrar el modo de ascender y repentinamente llegó la liebre llevando un lazo en su cuello que el caminante no había notado. Con cuidado se lo quitó y consiguió que la criatura trepara por él logrando para su conveniencia que ella se ensañara con el lazo y lo sujetara con sus dientes.
Estando en la superficie el animal, que parecía agradecido por el gesto del hombre permaneció sosteniendo fuertemente, él cogió impulso y comenzó a ascender. Efectivamente en esta marcha no hubo ni vencedores ni vencidos, hubo amigos oportunos.
Con cautela daba sus pasos cuidándose de no ser descubierto y examinando detalles. En medio de la oscura ruta halló una liebre, recordó la carrera de la famosa fábula y siguió su silenciosa marcha pensando en que tal vez en ese momento se asemejaba al sigiloso animal que ganó la competencia y cual tortuga no se detuvo, a pesar de que nacía una agitada inquietud por pensar que había tomado el rumbo equivocado, le atemorizaba no encontrar de nuevo la luz. Se sorprendió por encontrar escasas criaturas subterráneas, poco a poco fue perdiendo sugestión y como si fuera por terreno abierto avanzaba confiadamente. Sediento y fatigado no quiso parar porque había perdido ya el cálculo del tiempo y más adelante, a distancia no muy cercana vislumbró una claridad semejante a la del espacio donde había caído, era otro hoyo. Se empeñó en encontrar el modo de ascender y repentinamente llegó la liebre llevando un lazo en su cuello que el caminante no había notado. Con cuidado se lo quitó y consiguió que la criatura trepara por él logrando para su conveniencia que ella se ensañara con el lazo y lo sujetara con sus dientes.
Estando en la superficie el animal, que parecía agradecido por el gesto del hombre permaneció sosteniendo fuertemente, él cogió impulso y comenzó a ascender. Efectivamente en esta marcha no hubo ni vencedores ni vencidos, hubo amigos oportunos.
1 comentarios:
Psicológicamente en un mundo tan demente, tan subjetivo, no sería de extrañar posiciones en las cuales haya total escepticismo entorno al término que englobas al final. Sin embargo, estoy totalmente segura que ese escepticismo queda absolutamente eliminado contigo, por más que el ambiente global contamine a tan lindo sentimiento.
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