En un aula abandonada de una escuela olvidada, un niño halló el más preciado tesoro que un maestro pudo dejar allí, la prueba de que buscó la respuesta a muchas de las preguntas que no sólo los niños desde su inocencia le planteaban y que le descrestaban, interrogantes que cuando pequeño él también se formuló. Nada como su labor le demandaba conocimiento, su entrega al aprendizaje de los niños significaba para él un gran compromiso que no se agotaba con el paso del tiempo.
El maestro que portó el pergamino se había ido de la escuela hace años, dejó huellas en cuanto al amor por el saber y constante crecimiento de sus pupilos desde todas las ópticas. Con perseverancia y la comprensión por actitud, discutía más fácilmente con sus colegas que con los pequeños, quienes normalmente son reñidos por el prejuicio adulto.
El pergamino contenía hondos conocimientos de historia y biología, materias en las que sus alumnos se inquietaban bastante. El niño que lo halló se quedó en el aula instantes después de la jornada, pues estaba solo aseándola. La pelota con la que jugaba se fue detrás del viejo armario del salón, que nunca movían de sitio y él se encargaría de correrlo a fin de recuperarla. Con la mayor fuerza que pudo corrió la biblioteca de aula y encontró tras ella el pergamino.
Se asemejaba a los papiros que veía en los libros de historia, lo cual le motivó a abrirlo. Descubrió en el amarillento papel explicaciones gráficas a los temas de sus clases, y recordó inmediatamente al profesor que hacía tiempo había dejado su escuela. Por su mente comenzaron a pasar aquellos momentos en los que con entusiasmo se empeñaba en que sus pupilos aprendieran lo básico de sus asignaturas, el niño pensó una vez más en que este profesor, que le había enseñado como ningún otro, era un verdadero maestro.
Pedro, el pequeño que descubrió el tesoro conjeturó que este gran personaje, al que le debía su entendimiento de ¨cómo funcionaba el mundo¨ había tenido en sus manos la fórmula para lograr que un niño llegara a comprender su entorno mejor, que con una enseñanza postiza como la que se infunde con la represión. No se equivocaba.
El maestro que portó el pergamino se había ido de la escuela hace años, dejó huellas en cuanto al amor por el saber y constante crecimiento de sus pupilos desde todas las ópticas. Con perseverancia y la comprensión por actitud, discutía más fácilmente con sus colegas que con los pequeños, quienes normalmente son reñidos por el prejuicio adulto.
El pergamino contenía hondos conocimientos de historia y biología, materias en las que sus alumnos se inquietaban bastante. El niño que lo halló se quedó en el aula instantes después de la jornada, pues estaba solo aseándola. La pelota con la que jugaba se fue detrás del viejo armario del salón, que nunca movían de sitio y él se encargaría de correrlo a fin de recuperarla. Con la mayor fuerza que pudo corrió la biblioteca de aula y encontró tras ella el pergamino.
Se asemejaba a los papiros que veía en los libros de historia, lo cual le motivó a abrirlo. Descubrió en el amarillento papel explicaciones gráficas a los temas de sus clases, y recordó inmediatamente al profesor que hacía tiempo había dejado su escuela. Por su mente comenzaron a pasar aquellos momentos en los que con entusiasmo se empeñaba en que sus pupilos aprendieran lo básico de sus asignaturas, el niño pensó una vez más en que este profesor, que le había enseñado como ningún otro, era un verdadero maestro.
Pedro, el pequeño que descubrió el tesoro conjeturó que este gran personaje, al que le debía su entendimiento de ¨cómo funcionaba el mundo¨ había tenido en sus manos la fórmula para lograr que un niño llegara a comprender su entorno mejor, que con una enseñanza postiza como la que se infunde con la represión. No se equivocaba.
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